viernes, 13 de noviembre de 2009

Museo en la montaña intenta atraer turistas






En sus pequeñas manos de seis años de edad, el barro se transformaba en objetos que adquirían formas humanoides. Ese material se convirtió en el juego favorito del niño que tenía inclinaciones de escultor.

El ambiente donde nació, la parroquia rural de Sinincay, a 10 kilómetros de Cuenca, dedicada a la elaboración de ladrillos, colaboró con su formación. La naturaleza le llamaba la atención y hacían composiciones más complejas: aves volando. Primero los dibujaba, luego los esculpía.

Tal fue su gusto por la escultora que Virgilio Quinde, el creador del tradicional monumento de la Chola Cuencana, ubicado en el sector del mismo nombre, a los 16 años ya trabajaba en el taller de su primer maestro de escultura Isaac Flores. Cinco años después decidió prepararse en la escuela de Bellas Artes de la Universidad de Cuenca.

Ahora, con 87 años, puesto un sombrero de paja toquilla y sentado en la sala de sesiones de la Cooperativa Agropecuaria Sinincay, en una casa de adobe, techo de teja y carrizo, a los pies del cerro Cabogana, expresa en su rostro satisfacción: cumplió su sueño crear un museo con su arte en la montaña.

El sonido del viento, el canto de los pájaros y la tranquilidad que da la montaña, en la comunidad de Sigcho (Sinincay) se compaginan con las obras del escultor. Su idea es que pueden fusionar la naturaleza, el arte y el turismo en un solo lugar.

El patio de esa casa, ahora llena de gente por la inauguración de su museo, es su taller desde hace un año. Allí, como custodio del espacio artístico está un Cristo de cerca de dos metros de altura aun por terminar, además de un dibujo de un campesino con instrumentos de viento y una mujer que parece una deidad.

Su esposa está en alguno de los cuadros en óleo sobre lienzo y una de sus últimas obras, un tríptico en madera de pino pátula llamada Familia Unida es una especie de cronología de su vida.

En un primer panel representa la belleza y maternidad de su esposa Elsa Masa y a su hijo Apolo, en la segunda, se representa a él mismo, con el carácter de sus antepasados y en la tercera, aparece su hijo nuevamente ya crecido.

Elsa lleva casada 56 años con el artista. Ella reconoce que Don Virgilio ama su arte hasta el punto de que cuando tiene una obra en proceso no puede dormir tranquilamente. “Si alguna pintura o madera le sale mal va a conseguir otra inmediatamente” Aunque insiste que es un hombre amoroso.

Sus últimas obras, un homenaje, según relata el artista, a la naturaleza: el dios de la montaña el Chuzalongo, un personaje de la vida campesina, le costo muchos días de no dormir, dice su esposa. “Le modeló en barro, después el pasó a la madera y por último al bronce”.

El Chuzalongo es un ser mítico que salía en las noches en medio de la oscuridad del campo y comenzaba a bailar entre las doncellas y silbaba siguiendo el lecho de los ríos. Ahora en una escultora, su rostro es fino y su cuerpo es delicado, tiene alas que representa al cóndor. En su ombligo pasa una estrecha tubería para regar con agua a tres masetas. Este personaje está acompañado de una sirena, modelada, asimismo en bronce.

Dos de sus ochos hijos, Patricio y Gustavo siguieron los pasos de su padre. Los dos se dedican a la escultora y es que pasaron gran parte de su niñez de aprendices. El oficio lo conocen bien, dice Patricio, que trabajó desde los ochos años con Don Virgilio. Su carácter es noble, pero es muy directo y estricto insiste el escultor graduado en la Universidad del Azuay.

Su tercera hija, Isabel si bien no siguió el arte de su padre, recuerda que cuando era niña se escurría por el taller de Don Virgilio y dibujaba en los cuadros ya terminados. Ella está segura que algunas obras se fueron con sus garabatos de niña.

Sus dos nietos, Damián Sinchi y Jonathan Ortega también son artistas plásticos. Ellos en homenaje a su abuelo pintaron un mural con tendencia cubista en la fachada de la casa, que representa la cadena montañosa que forma el Cabogana.

Pero Don Virgilio no solo es escultor o artista plástico. Es compositor en letra y música de melodías ecuatorianas, le gusta tocar la mandola, desde los 12 años toca el violín y la guitarra. En 1992 ganó el primer premio en el Concurso de Música Ecuatoriana de la Casa de la Cultura Benjamín Carrión con “besos de calor” un sanjuanito. Entre sus 34 composiciones está el chirote, la contradanza y el querendón.

“La música para mí es un alimento espiritual y componer es como un descanso”, dice el socio fundador de la cooperativa.

El lugar de 1390 hectáreas a cargo de la Cooperativa intenta incursionar en el ecoturismo comunitario. Uno de los primeros pasos está dado con el museo de Virgilio Quinde.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Cuenca, una ciudad para vivir

Lenin Riera-Más Noticias-ciudadaniainformada.com

Los cuatro ríos que rodean a Cuenca, convierten a la ciudad en un lugar propicio para vivir y descansar. En la zona patrimonial, las casas coloniales, sus iglesias y las edificaciones con influencia francesa dan un tono de misticismo y tradición.
Cuenca aún conserva las calles adoquinadas donde sobreviven los talleres artesanales como los sombreros de El Vado o los herreros de la zona denonimada Las Herrerías. Uno de estos artesanos, Víctor Auquilla, recorre parsimonioso su barrio querido, El Vado, que lo vio trabajar por más de 40 años. Ahora de 70 años, dice que ama Cuenca y todo lo que representa.
Silvia Orellana, de 70 años, con las características típicas del cantado en su acento, dice que pese a que fue a vivir en Holanda por 30 años, volvió a Cuenca por su encanto y tradiciones. Su esposo un holandés volvió con ella. “Elegimos la ciudad para descansar”, dice.
En la urbe los servicios de telecomunicaciones (telefonía fija, transmisión de datos, Internet…) son accesibles en toda la geografía urbana. La cobertura en agua potable y alcantarillado supera el 85 por ciento.
Y si se habla de Cuenca, hay que hablar de la gastronomía, el chancho asado o el cuy con papas, claro está combinado con el mote y el ají rocoto. Rosa Cárdenas, es la vendedora más antigua de chancho hornado del Mercado Diez de Agosto prepara desde los 10 años. Como todos los cuencanos, que tiene la frase impregnada dice que quiere “Morir bajo el capulí”. Cuenca celebrará hoy, sus 189 años de Independencia.

Cementerio fue el escenario de una obra teatral






































Los queditos cantos nocturnos de los pájaros que provocan en el Cementerio Municipal, cierto aire de misterio se mezclaron con tonos funerarios de la banda de pueblo de Baños.

Las tonadas fúnebres se escucharon de entre los nichos y se hacían más fuertes a la medida que llegaban a la entrada del Cementerio. Las velas encendidas por unas 800 personas dieron al ambiente mayor misticismo.

Así inició el ritual en conmemoración al día de los difuntos. Fue la primera vez que se montó una obra teatro en espacio público: “En busca de las huellas de una poetisa”, que recreó la búsqueda de la tumba de Dolores Veintimilla de Galindo.

El Colectivo de teatro Mano 3 con más de 40 actores en escena llevaron al público, a diferentes partes del Cementerio a participar en una dramaturgia realizada luego de una investigación de la vida de la poetisa ecuatoriana.

Unos 10 cabezales acompañaron a Dolores interpretado por Rocío Pérez. La poesía “Y amarte pude”, se escuchó en el silencio de la noche, mientras, el público seguía de cerca la procesión. Un ángel bailaba en uno de los bloques de tumbas.

Dos personajes más estuvieron junto a Dolores un ángel y bufón. La historia explica, Patricio Viteri (personaje del bufón) que la Iglesia le retiro todos los derechos de ser enterrada como el común de la personajes.

Así, se conoce que parte de sus restos fueron botados a la quebrada de Supayguayco en el Norte del Cementerio. Pero en la procesión también apareció el tenor Jorge Regalado, que representó a Fray Vicente Solano, un personaje de la ciudad muy ligado con la muerte de Dolores y el grupo de danza folklórica de la Universidad de Cuenca, vestidos de cholas cuencanas y diablo-humas.

Las cholas colocadas en los bloques altos con velas representan una parte de la vida de Dolores. Según el autor de la obra, Paúl Sanmartín, la poetiza mira la ejecución del indígena Tiburcio Lucero, condenado a muerte por parricidio escribe una carta y la distribuye.

A esa carta responde Vicente Solano, allí se profundiza la diferencia que tiene con la iglesia. “Ese fue el momento de quiebre de la vida de Dolores”, dice Sanmartín. El último cuadro de ocho, se realizó en el monumento al Migrante. Los tonos de la banda de pueblo fueron sustituidos por el coro Opus Art, que cantó la música de Mozart.

La gerente de la Empresa Municipal de Cementerio, EMUCE, Patricia Cordero, explicó que la idea de utilizar el Cementerio como un escenario para una obra de teatro ayuda a que los ciudadanos se sientan identificados con el espacio público.