En sus pequeñas manos de seis años de edad, el barro se transformaba en objetos que adquirían formas humanoides. Ese material se convirtió en el juego favorito del niño que tenía inclinaciones de escultor.
El ambiente donde nació, la parroquia rural de Sinincay, a 10 kilómetros de Cuenca, dedicada a la elaboración de ladrillos, colaboró con su formación. La naturaleza le llamaba la atención y hacían composiciones más complejas: aves volando. Primero los dibujaba, luego los esculpía.
Tal fue su gusto por la escultora que Virgilio Quinde, el creador del tradicional monumento de la Chola Cuencana, ubicado en el sector del mismo nombre, a los 16 años ya trabajaba en el taller de su primer maestro de escultura Isaac Flores. Cinco años después decidió prepararse en la escuela de Bellas Artes de la Universidad de Cuenca.
Ahora, con 87 años, puesto un sombrero de paja toquilla y sentado en la sala de sesiones de la Cooperativa Agropecuaria Sinincay, en una casa de adobe, techo de teja y carrizo, a los pies del cerro Cabogana, expresa en su rostro satisfacción: cumplió su sueño crear un museo con su arte en la montaña.
El sonido del viento, el canto de los pájaros y la tranquilidad que da la montaña, en la comunidad de Sigcho (Sinincay) se compaginan con las obras del escultor. Su idea es que pueden fusionar la naturaleza, el arte y el turismo en un solo lugar.
El patio de esa casa, ahora llena de gente por la inauguración de su museo, es su taller desde hace un año. Allí, como custodio del espacio artístico está un Cristo de cerca de dos metros de altura aun por terminar, además de un dibujo de un campesino con instrumentos de viento y una mujer que parece una deidad.
Su esposa está en alguno de los cuadros en óleo sobre lienzo y una de sus últimas obras, un tríptico en madera de pino pátula llamada Familia Unida es una especie de cronología de su vida.
En un primer panel representa la belleza y maternidad de su esposa Elsa Masa y a su hijo Apolo, en la segunda, se representa a él mismo, con el carácter de sus antepasados y en la tercera, aparece su hijo nuevamente ya crecido.
Elsa lleva casada 56 años con el artista. Ella reconoce que Don Virgilio ama su arte hasta el punto de que cuando tiene una obra en proceso no puede dormir tranquilamente. “Si alguna pintura o madera le sale mal va a conseguir otra inmediatamente” Aunque insiste que es un hombre amoroso.
Sus últimas obras, un homenaje, según relata el artista, a la naturaleza: el dios de la montaña el Chuzalongo, un personaje de la vida campesina, le costo muchos días de no dormir, dice su esposa. “Le modeló en barro, después el pasó a la madera y por último al bronce”.
El Chuzalongo es un ser mítico que salía en las noches en medio de la oscuridad del campo y comenzaba a bailar entre las doncellas y silbaba siguiendo el lecho de los ríos. Ahora en una escultora, su rostro es fino y su cuerpo es delicado, tiene alas que representa al cóndor. En su ombligo pasa una estrecha tubería para regar con agua a tres masetas. Este personaje está acompañado de una sirena, modelada, asimismo en bronce.
Dos de sus ochos hijos, Patricio y Gustavo siguieron los pasos de su padre. Los dos se dedican a la escultora y es que pasaron gran parte de su niñez de aprendices. El oficio lo conocen bien, dice Patricio, que trabajó desde los ochos años con Don Virgilio. Su carácter es noble, pero es muy directo y estricto insiste el escultor graduado en la Universidad del Azuay.
Su tercera hija, Isabel si bien no siguió el arte de su padre, recuerda que cuando era niña se escurría por el taller de Don Virgilio y dibujaba en los cuadros ya terminados. Ella está segura que algunas obras se fueron con sus garabatos de niña.
Sus dos nietos, Damián Sinchi y Jonathan Ortega también son artistas plásticos. Ellos en homenaje a su abuelo pintaron un mural con tendencia cubista en la fachada de la casa, que representa la cadena montañosa que forma el Cabogana.
Pero Don Virgilio no solo es escultor o artista plástico. Es compositor en letra y música de melodías ecuatorianas, le gusta tocar la mandola, desde los 12 años toca el violín y la guitarra. En 1992 ganó el primer premio en el Concurso de Música Ecuatoriana de la Casa de la Cultura Benjamín Carrión con “besos de calor” un sanjuanito. Entre sus 34 composiciones está el chirote, la contradanza y el querendón.
“La música para mí es un alimento espiritual y componer es como un descanso”, dice el socio fundador de la cooperativa.
El lugar de 1390 hectáreas a cargo de la Cooperativa intenta incursionar en el ecoturismo comunitario. Uno de los primeros pasos está dado con el museo de Virgilio Quinde.
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